Por Movimiento por el Agua y la Vida
Los ecosistemas son más que un polígono en un mapa o un nombre en una lista, pero el Vía Parque Isla Salamanca, creado así en 1964, en el departamento del Magdalena, acumula una buena cantidad de razones aparentes para contradecir su estado de degradación. Único en Colombia en la categoría de Vía Parque (por el transcurre la carretera que une Barranquilla con Santa marta), su riqueza natural y la biodiversidad que acoge es difícilmente comparable. En 1998 fue declarado Sitio Ramsar de importancia mundial la Ciénaga Grande de Santa Marta (Reserva de Biosfera por parte de la UNESCO), conectada con el Vía Parque Isla Salamanca y con la Ciénaga de Mallorquín, por lo que son zonas de inmensa diversidad de flora y fauna y son susceptibles de protección. Por si le faltaba alguna estampita, en julio de 2020 la Corte Suprema de Justicia reconoció a este parque como sujeto de derechos y ordenó un plan a cinco meses para reducir a cero su deforestación y degradación.
Nada de esto ha pasado. La activista climática y ambiental Xiomara Acevedo denuncia desde Barranquilla las quemas ilegales y la deforestación que afectan a Isla Salamanca, este conjunto de playones, ciénagas y bosques que ocupa el antiguo estuario del río Magdalena. “Las quemas son tan fuertes que llegan hasta Barranquilla”, denuncia Acevedo. Las quemas y afectaciones al parque no son nuevas y en la última década se han incrementado. Si la situación de las algo más de 562 Kilómetros cuadrados del Vía Parque Isla Salamanca son delicadas, más frágil aún es la situación de la Ciénaga de Mallorquín, apenas 650 hectáreas sobre la margen izquierda de Bocas de Ceniza, en la desembocadura del Magdalena. Xiomara advierte que los proyectos de infraestructuras grises y de inversión en todo este conjunto de humedales que rodean Barranquilla no buscan garantizar los derechos del ecosistema y de quien habita en ellos, la gente más humilde, sino que caminan, una vez más hacia el turismo y un modelo de desarrollo que agrade al ambiente y expulsa a las comunidades.
“Ya hemos visto como ecosistemas y biomas que eran, tradicionalmente sumideros de carbono, se convierten en emisores del mismo. El agua que nos da vida puede convertirse en un agente de muerte”, advierte la activista quien señala que “muchos ecosistemas, lagunas, ciénagas, embalses… se convierten en sitios de muerte y degradación por el alto grado de contaminación de sus aguas”. En Barranquilla algo saben de esto. La ciudad, volcada con el “crecimiento” económico del turismo, del puerto y de actividades industriales, sufre ahora las consecuencias. “No podemos seguir repitiendo aquello de ‘el orgullo es saber que somos río y mar’ sin ser conscientes de que de verdad esa es de verdad la pieza angular de lo que somos”.
Xiomara Acevedo cree que no hay mucho margen para reaccionar -“Estamos ante una emergencia climática y planetaria y tenemos que reaccionar”- y considera que el ambientalismo popular y las organizaciones de base deben ser conscientes de la necesidad de “cambiar las relaciones de poder para poder negociar e incidir ante poderes institucionales o empresariales muy fuertes, que se imponen tradicionalmente en la toma de decisiones en temas ambientales”. Esa estructura perversa que frustra y limita los alcances de las luchas debe cambiar.